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«Los paisajes han creado la mitad mejor de mi alma«. Ortega y Gasset, Filósofo y Ensayista.

Pequeño pero con carácter. Gracias a su singularidad y a la perfecta conservación de su Arquitectura Tradicional y entorno, a inicios de 2017 fue admitido en la Asociación de Pueblos más bonitos de España, su entrada en este elitista grupo estaba más que justificada.

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Su origen es tan antiguo como el de Sóller, municipio vecino al que estuvo ligado hasta 1812 en que se constituyó como pueblo independiente. Sus partes más añejas con estrechas callejuelas formaron parte de la alquería musulmana Al-Gibal —Las Montañas— hasta la toma de Mallorca por don Jaime-I El Conquistador, Rey de Aragón. Tras el Repartiment de la Isla entre Jaime-I y sus caballeros, pasó a ser una propiedad de realengo, es decir, del mismo Rey.

Conjunto de bello urbanismo serrano adaptado al agreste terreno en el que se sitúa, sus edificios mantienen el tipo constructivo habitual de la Serra de Tramuntana: fachadas de piedra de ripio y cubiertas de teja cerámica, elementos que se integran de manera armónica en su entorno, todo un ejemplo de las razones por las que la Serra está calificada como Patrimonio de la Humanidad.

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En el centro de la población se halla la Torre de Can Arbona, del siglo XVII, erigida para defenderse de las frecuentes incursiones de piratas venidos de las Costas de Berbería (Argel) en busca de mujeres y niños para esclavizarlos y venderlos como botín, fortificación que hoy día forma parte de la Casa Consistorial.

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La belleza no está exenta de inconvenientes, pues de manera natural atrae a numerosos visitantes que presionan sobre sus estrechas calles y ocupan los limitados espacios de estacionamiento disponibles. Por dicho motivo, siempre que pueda hacerse, es un buen plan acercarse a Fornalutx fuera de temporada y, si además se tiene la fortuna de contar con uno de esos luminosos días que nos regala el invierno isleño, el acierto será doble.

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Al atardecer, el sol descendente ilumina el valle creando bonitos juegos de luz con sombras alargadas y contrastes ideales para fotografiar el paisaje, ocasión que aproveché para hacer el pequeño reportaje que acompaña a este texto y que con gusto comparto.

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Créditos: Fotografías y artículo del autor con Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-CompartirIgual 4.0 Internacional, libre copia y circulación citando autoría, sin modificación de textos o imágenes, para usos no comerciales.

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El hombre se adentra en la multitud por ahogar el clamor de su propio silencio”. Rabindranath Tagore, filósofo indio.

Mucho se habla en los mentideros del exceso de visitantes en Mallorca y en el resto de las Islas Baleares. No les falta razón, llevamos al menos cuatro años batiendo récords en la recepción de viajeros y la llegada de tanto turista, hace inevitable las incomodidades a cambio del beneficio económico que se producen.

Encontrar un lugar tranquilo parece una misión imposible y sólo yendo contra la tendencia se puede hallar algo de paz entre tanta vorágine. Por eso, en verano me gusta ir a Valldemossa a última hora de la tarde, cuando cae el sol y sus calles se han vaciado de visitantes. Entonces, el calor aprieta menos, la brisa —cuando la hay— es más fresca y se puede disfrutar de atardeceres en los que el sol crea sombras profundas que resaltan las texturas pétreas de las fachadas de los edificios. Además, en los límites del pueblo, se puede contemplar cómo las escarpadas laderas de la Sierra de Tramontana ganan relieve bajo la luz del ocaso.

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La luz rasante del atardecer crea estéticos claroscuros en las fachadas

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Con la caída del sol la calma regresa a las empinadas calles del pueblo

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Las macetas de flores añaden un sencillo encanto a las fachadas tradicionales

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Carrer de Catalina Homar, recordando a la conocida amante mallorquina del Archiduque Luis Salvador

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Tras la vorágine turística, vuelven a cobrar sentido las actividades atemporales, como la de esta señora bordando al fresco de las brisas pasantes por su zaguán

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Los animales domésticos también disfrutan de la calma y se solean antes del ocaso

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Nadie en los antiguos lavaderos públicos

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Todos los jardines guardan algún misterio ¿qué se ocultará tras la arboleda?

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Me gusta la luz cálida de los atardeceres y cómo realza los colores, es muy fotográfica

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Los últimos rayos solares bañan la fachada trasera de La Cartuja ¡cuanto más bella hubiera sido si el presupuesto hubiera permitido completar el segundo campanario!

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Vista de La Cartuja de Valldemossa con el fondo de la Sierra de Tramontana desde las afueras del pueblo

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Últimas luces sobre el valle en el que se enclava Valldemossa

Octubre llegará y con las calmas meteorológicas que suceden al verano, también vendrá la bajada del número de visitantes y el cierre gradual de muchos hoteles y restaurantes de la isla. Entonces las conversaciones virarán a la tan deseada “desestacionalización” y al necesario ajuste en el perfil de nuestros visitantes para ver cómo conseguirla. Mallorca recuperará sus ritmos tranquilos salpicados de tradiciones y ferias otoñales, que son reminiscencia de una vida a escala más humana.

Y la Villa valldemossina siempre acogedora en el corazón de la Serra, seguirá entregando a quien la busca parte de su esencia, formada de belleza, contemplación y sosiego.

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Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme Rey de un espacio infinito.” William Shakespeare.

Discreto, tranquilo, alejado de las grandes rutas turísticas de la isla y con un nombre de reminiscencias exóticas, Orient es un lugar encantador entre la Sierra de Alfabia y el Puig de Alaró, en pleno corazón de la Sierra de Tramontana.

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BOSQUE DE PINOSCASA ROSA

Se accede a través de una revirada carretera que parte de Buñola, municipio al que pertenece y por extraño que nos resulte, es uno de esos pequeños paraísos rurales situado a tan solo media hora del centro de Palma. La tranquilidad de sus calles empedradas y la belleza de su arquitectura tradicional, con edificios construidos con piedra de marés y cal, lo convierten en el refugio perfecto para relajarse cuando deseas desconectar del estrés capitalino.

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Este reducto de calma está formado por menos de treinta casas distribuidas a lo largo de la ladera en la que se desarrolla el conjunto, cuyo punto culminante es la Iglesia de San Jordi, del siglo XVIII que, a su vez se construyó sobre un oratorio medieval del siglo XIII.

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Junto a la Iglesia, en una plaza encantadora encontramos la antigua Escola, hoy cerrada; su modesto porte nos lleva a la esencia de lo que este pueblo fue en tiempos pretéritos y, al pasar a su puerta, si paras un instante y cierras los ojos, casi podrás escuchar alegres voces infantiles recitando las tablas de multiplicar.

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El pueblo se conserva en un raro estado de autenticidad, con pocas adiciones que desvirtúen su carácter serrano y la belleza rural de sus alrededores, diría casi que me recuerda a uno de esos lugares atemporales que tan bien plasmaron los directores del cine realista italiano en cintas como Amarcord, de Federico Fellini, o Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.

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Y no hay lugar como Orient que no tenga su misterio y, al pasear por sus calles, no dejo de preguntarme qué habrá tras las puertas cerradas de sus casas y patios, qué vida llevaron sus habitantes, cómo decoraban sus hogares, ¿eran felices allí? A veces, un visillo doblado permite intuir levemente la calidez que pervive en los interiores, tras las pocas ventanas que aún permanecen abiertas y que parecen hablarnos de tiempos que fueron . . .

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En Orient los únicos embotellamientos que puedes encontrar son los de senderistas o cicloturistas, ya que la zona es propicia para ambas actividades. En las cercanías se encuentra Alaró, con mercado sabatino y una bonita excursión de subida a su Castillo. También se puede ir caminando desde Orient al Torrente de Coanegra, al Salt de Freu, a la montaña de Alfábia (1.100 m), al Puig de l’Ofre, al Puig de La Rateta, a los peñascos de Honor y al pico Puig d’es Moix (750 m). Podéis encontrar información sobre estas excursiones en los planos a escala 1:25.000 de la Sierra de Tramontana, Sector Central, de la Editorial Alpina (12,00 €), o en la propia página web de la Sierra o en guías excursionistas como la Rother de Mallorca (10,90 €), con planos a escala 1:50.000 y coordenadas GPS de los puntos de interés.

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Buey que no esté en el mercado, no es vendido ni comprado Refrán popular.

El Otoño es época de Ferias en Mallorca y nada hay comparable a visitar los mercadillos que se abren en las plazas de sus pueblos para conocer a través de estas celebraciones el pulso real de la isla, el de sus verdaderos habitantes, los que no cambian con las estaciones.

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Las Firas o Ferias de Pueblo son el espejo del corazón profundo de Mallorca y de sus costumbres y, aunque casi hayan perdido la importante función económica que en otros tiempos tuvieron para la subsistencia de la Isla, hoy nos permiten conservar las raíces y también, conocer una vía más natural de acercarse a la tierra; la de los pequeños artesanos y productores que venden sin intermediarios el fruto de sus esfuerzos.

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Gran parte de lo ofertado  tiene que ver con la alimentación y es apreciable la creciente demanda de productos obtenidos mediante técnicas naturales u orgánicas, es decir, aquellos en cuyo proceso hay un escaso o nulo uso de fertilizantes, pesticidas o colorantes de origen químico.  Y este deseo de comer sano no se ciñe únicamente a las frutas o verduras, pues ya se ha hecho extensivo a la preparación de alimentos tan básicos como el pan, los huevos, los embutidos o los dulces, según aumenta la conciencia sobre cómo y con qué debemos alimentarnos. Son los pequeños agricultores los que han de competir contra las grandes y poderosas cadenas de distribución en condiciones poco ventajosas, por ello debemos colaborar con ellos en la medida de lo posible, con el fin de fomentar el producto local y el valor añadido de saber que reducimos la huella ecológica y de que con nuestro granito de arena, ayudamos a la preservación del medio ambiente.

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Y dado que de buenos condumios se trataba, para comer tocaba darse un homenaje en Can Na Toneta, el restaurante donde las hermanas Solivellas llevan 19 años deleitando a sus comensales con buen oficio y dominio del arte antiguo de aplicar sin estridencias la técnica de cocinado justa para cada alimento, buscando que todo salga como es debido. El almuerzo fue delicioso y mejor aún el trato con el que agasajan a los parroquianos, mediante el que son capaces de transmitir su pasión, aprendida tras largo tiempo entre los fogones, que cuenta con la ayuda directa de payeses y pescadores, además de con la inspiración inducida por su colaboración con otros conocidos cocineros mallorquines.

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Para un fotógrafo aficionado las Firas son sin duda una ocasión perfecta para hacer buenas tomas; en cada rincón se halla un reto y la inspiración llega de forma fluida cuando se visita un lugar diferente al habitual, tan solo hay que tener presta la cámara y tratar de ver todo con “ojo fotográfico”. Las cámaras digitales, con sus rápidos objetivos y afinados sensores de imagen,  permiten seguir tomando fotos cuando el Sol se ha ocultado, abriendo enormes posibilidades a la capacidad creativa del fotógrafo.

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Las imágenes que acompañan esta entrada fueron tomadas en la reciente Fira de S´Oliva en Caimari, bonito pueblo del interior mallorquín en las estribaciones de la Serra de Tramuntana. Si desearas verlas ampliadas, solo tienes que pulsar con el ratón sobre cada una de ellas.

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El pueblo de Caimari es de larga tradición en la producción de aceite, trazada al menos hasta la época romana. Pero fue a partir del siglo XVI, y sobre todo durante el XVIII y el XIX, cuando la explotación de los olivos y la comercialización del aceite se convirtió en la principal fuente de riqueza del pueblo, manteniéndose aún hoy día.

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Créditos: Fotografías y texto del autor bajo Licencia Creative Commons 4.0 Attribution-Share Alike.

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