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“Las grandes almas tienen voluntades, las débiles tan solo deseos”. Proverbio chino.

Durante el presente año se conmemoran dos aniversarios de peso en la Historia de Mallorca, uno muy cercano, el Centenario del fallecimiento del Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-LorenaS´Arxiduc— para los mallorquines; el otro, el séptimo Centenario de la muerte de Ramón Llull, teólogo, filósofo, escritor, lingüista y gran misionero medieval, natural de Palma. Por curioso que parezca, las vidas de ambos personajes estuvieron en cierto modo relacionadas por el lugar común en el que vivieron una parte de sus vidas, a pesar de que entre ambas mediaron 600 años y de que podría decirse que fueron casi antagónicas.

En su juventud Ramón Llull llevó la vida desenfadada de un joven de familia acomodada y vida disoluta, hasta que a los 30 años de edad y, al igual que le sucediera a San Pablo al caerse de su caballo, recibió la Iluminación y decidió que en adelante, su futuro iría unido al del estudio de la Verdad y a su difusión.

Inseparable compañero de juventud del que luego llegó a ser el Rey Jaime-II de Mallorca, tuvo una compleja evolución espiritual que le llevó a fundar en 1.276 el Monasterio de Miramar, en plena Sierra de Tramontana, con los fondos que le donó su antiguo amigo y ya monarca mallorquín. Lo ubicó en un lugar privilegiado entre Valldemossa y Deiá, para establecer una Escuela de Lenguas Orientales —que fue refrendada por una bula papal—, donde grupos de trece franciscanos estudiarían el árabe y el Arte Demostrativa, complejo sistema filosófico-matemático desarrollado por el propio Llull mediante doce figuras geométricas, que ayudaban a encontrar la Verdad por la vía de la Razón.

Con el devenir del tiempo, la finca donde se encontraban las ruinas del Monasterio de Miramar, así como las colindantes, fueron adquiridas por el Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-Lorena, noble de la casa de Austria y gran enamorado de Mallorca. Al igual que el Beato Llull, el Archiduque era hombre estudioso y erudito, aunque de moral discutible. Entre otros volúmenes, escribió Die Balearen in Wort und Bild geschildertLas Baleares descritas con palabras e ilustraciones—, sesudo tratado sobre las islas, que versaba sobre su génesis, sus particularidades geográficas y antropológicas, su flora, su fauna y muchos otros aspectos concernientes al archipiélago.

Antes de la conquista aragonesa, el Monasterio de Miramar fue una alquería musulmana de nombre Alcorayola y su visita es interesante, a pesar de que del edificio original no se conserve más que una pequeña ermita del siglo XIII muy transformada, que formaba parte de una de las capillas laterales del monasterio. Sobre altar de la ermita se expone un tríptico que en su panel central representa a la Santísima Trinidad; en su panel derecho se halla personificada Catalina Tomàs, la conocida Santa Mística Valldemossina y, en el izquierdo, el propio Ramón Llull.

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En el jardín también veremos un conjunto de diecisiete arcos apuntados trifoliados, decorados con motivos vegetales, que se apoyan sobre diecinueve columnas de piedra de sección cuadrilobulada, que pertenecieron al claustro del antiguo Convento de Santa Margalida de Palma, del siglo XIII, amortizado y demolido en el siglo XIX y recuperado parcialmente por el Archiduque, que llevó sus restos a Miramar.

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En los demás edificios del conjunto podemos contemplar una almazara, la antigua cocina, una sala de cartas náuticas que fueron empleadas por el Archiduque en su yate Nixe, otra pequeña sala con piezas originales del Nixe-II, una más dedicada a Ramón Llull, con los dibujos de figuras geométricas mediante las que enseñaba su Ars y una reproducción de lo que sería la escueta decoración de una celda monacal, con una sencilla manta de paja entretejida sobre el catre y un curioso armario de madera en forma de ataúd.

También se podrá visitar el monumento funerario —cenotafio— de Vivomy, el que fuera el primer secretario personal del Archiduque, con una escultura romántica en mármol de reminiscencias masónicas datada en 1.879 y cuyo autor fue el escultor italiano Antonio Tantardini. Llama la atención su situación en un interior, pues por su escala natural, pareciera hecha para ocupar ámbitos de mayor amplitud. A la muerte de Vivomy, el Archiduque contrató al mallorquín Antonio Vives como secretario y, son sus herederos, los que hoy día ostentan la titularidad de esta magnífica possessió.

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Los monasterios medievales se construían en lugares aislados y de gran belleza natural, que facilitaran la meditación, la vida contemplativa y la elevación del espíritu. Miramar no es una excepción y se enclava en un paraje de extraordinario atractivo. No es difícil pues, imaginar al propio Ramón Llull o, al Archiduque Luis Salvador, inspirándose en sus jardines con espectaculares vistas de la mar y de la sierra, sintiendo en sus seres el aroma de los pinos, las brisas marinas y el sol, antes de dedicar un tiempo a la escritura de alguno de sus elevados tratados.

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Ramón Llull fue un hombre extraordinariamente longevo y activo para su época, comenzó sus viajes misionales por el Mediterráneo nada menos que con 60 años, recorriendo en su labor evangelizadora  desde las Costas de Berbería, hasta las de Turquía, sin que lograra obtener los frutos que esperaba. Murió en Junio de 1.315 con 84 años, cuando regresaba a Mallorca en barco desde Túnez, frustrado por no haber logrado con su Ars Magna que los infieles llegaran a la Verdad.

El Archiduque Luis Salvador falleció en Febrero de 1.915 en el Castillo de Brandis, Austria, también tras haber llevado una existencia más que intensa, en un sentido que nada tiene que ver con la del fundador del Monasterio de Miramar. Nombró heredero universal de todos sus bienes a Antonio Vives, su secretario, colaborador y hombre de confianza, al que conoció en Mallorca en 1.872 y entre los que se forjó una especial relación que duró hasta el fin de sus días.

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«Amo a Mallorca…..por la fruta de mi jardín, el olor de la madera de los olivos, el sol entre las rocas del Teix, el ruido de las ovejas por las noches…..» Robert Graves.

Nunca se me hubiera ocurrido mejor cita para hablar de uno de los espacios urbanos más singulares que he visitado y se trata nada menos que de un cementerio. Si, un camposanto y en Deiá existe uno de los más sencillos y bonitos que me he encontrado.

Creo que, en general, los cementerios españoles tienen poco atractivo, siendo como son el espacio donde moran los restos de aquellas personas que nos antecedieron, de los que con su esfuerzo, supieron dar sentido a nuestra propia existencia. Desconozco la razón, pero casi siempre son lugares lóbregos, abigarrados, de dudosa estética y poco adecuados para cultivar el recogimiento necesario para recordar a nuestros ancestros.

Pero el de Deiá es otra cosa, su Cementerio Municipal, fundado a comienzos del S.XVII es pequeño, recoleto, situado tras la Iglesia de San Juan Bautista, en una zona elevada desde la que se dominan dos escarpadas vaguadas que descienden hasta la mar. Y es también florido, muy florido, además de luminoso por su situación y fresco, merced a la sombra que le proporcionan sus cipreses.

Galería fotográfica. Pulsar sobre las imágenes para ampliarlas.

Se accede al cementerio tras ascender por las reviradas calles del pueblo donde, de trecho, en trecho, podremos ver las diferentes estaciones de un Via Crucis, confeccionadas con azulejos cerámicos esmaltados, con inscripciones en su parte inferior con el nombre de la casa que promueve la estación. También podemos aprovechar el paseo para admirar las características distintivas de la bella arquitectura serrana del pueblo, con edificios construidos mayoritariamente con piedra de marés y cubiertas de teja árabe.

Ayuntamiento

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Casa amarilla

Viacrucis-1

Can Simo

A pesar de tratarse de un lugar tan íntimo para los deiainencs, el camposanto se puede visitar libremente, por lo que deberemos guardar el debido respeto durante nuestra estancia, comenzando por procurar mantenernos en silencio mientras transitamos entre los mausoleos pertenecientes a las familias del lugar y también a los numerosos residentes extranjeros que allí se afincaron. No hace falta buscar mucho para encontrar algún apellido ilustre grabado en las lápidas como Habsburgo-Lorena o Graves, pues allí yacen los restos del escritor inglés, autor entre otros de la conocida novela Yo Claudio, que fue residente en Deiá durante una gran parte de su vida.

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Allí, al pie de su tumba, en cuya lápida se lee tan solo Robert Graves, poeta, 1.895-1.985, aspirando el aire y cerrando los ojos entenderás muy bien el sentido de la frase que encabeza este post y, al igual que el poeta, amarás a Mallorca.

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Deiá, el precioso pueblo situado en las escarpadas laderas del Norte de la Isla, en el corazón de la Sierra de Tramontana, protegido por el Puig des Teix, de 1.062 m de altura, se encuentra a tan solo 28 Km de Palma de Mallorca por la revirada carretera C-710.

Es un pueblo pequeño, de unos 850 residentes fijos, con bonitas casas de piedra, entre jardines de cítricos, almendros, algarrobos, olivos, cipreses, tejos y viñas, formando un armónico paisaje mediterráneo que enamoró a los numerosos escritores y artistas, que se hallan entre sus habitantes.

Aparte del Cementerio, se puede visitar su pequeño Museo Arqueológico fundado en 1.962 por el arqueólogo estadounidense William Waldren, que contiene una muestra de materiales paleontológicos, con piezas excavadas en Muleta (Sóller) y también, los primeros restos del Myotragus balearicus, una especie de antílope que habitó las Baleares 5.000 años (a.C.).

En la carretera que va de Deià a Sóller se encuentra Ca n’Alluny residencia que fue de Robert Graves desde 1.929 hasta su fallecimiento. Allí escribió su famosas novelas históricas Yo, Claudio y Claudio, el Dios, cuyo protagonista era el Emperador Romano del mismo nombre. En 2.006 la residencia se transformó en la Casa Museo Robert Graves, una visita interesante para aquellos que deseen saber más sobre el personaje.

El término municipal de Deiá, a pesar de su reducida superficie de unos 15,2 Km2, contiene numerosos lugares atractivos para ser conocidos. Entre ellos cito Cala Deiá, antiguo refugio de pescadores, el llogaret de Llucalcari o Es Carrer, otro notable espacio urbano de edificios agrupados en una ladera de 85 m de altura que da directamente al mar y, como no, las antiguas posesiones del Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-Lorena: el Monasterio de Miramar, Son Marroig, S´Estaca, la roca de Na Foradada . . .

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