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«Mallorca es el Paraíso, si puedes resistirlo«. Gertrude Stein, poeta y escritora norteamericana.

Hace un cuarto de siglo, elegí Mallorca como mi hogar  por su clima y su reputación de no haber otro lugar así en Europa. También porque me aseguraron —y así pude comprobar—, que podría vivir allí por la cuarta parte de lo que costaría en Inglaterra. También porque su tamaño de 1,300 millas cuadradas (3.367 Km2), hacen que sea lo suficientemente grande como para no sentirme claustrofóbico. De toda Mallorca escogí Deiá, pequeño pueblo de pescadores y productores de aceite en la montañosa costa Noroeste de la isla —el resto del territorio es principalmente llano y ondulado—, porque encontré el escenario que deseaba para mi trabajo como escritor: sol, mar, montañas, frescos arroyos, árboles de sombra, nada de política y algunos lujos de la civilización, como electricidad y una línea directa de autobús hasta Palma, la capital. Además, la zona está libre de mosquitos por encontrarse a unos 400 pies (122 m) por encima del nivel del mar.

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Vistas de la Serra de Tramuntana desde la casa del poeta.

Permítanme añadir de modo franco que me alejé de Inglaterra tras una dolorosa crisis doméstica. Pero esto no fue más que una mera excusa, ya había decidido no vivir en Inglaterra de modo permanente, cuando me di cuenta de que el país estaba superpoblado, pues consideraba que su número óptimo de habitantes debía ser de unos ocho millones de personas, como en tiempos de los Tudor. En particular, la nueva moda de alinear edificios hasta adentrar los pueblos una milla o dos (1,6 a 3,2 Km) dentro del campo, me avisó de que debía marcharme, al igual que lo hizo la mecanización de la agricultura. Deseaba ir a un lugar donde un pueblo todavía es un pueblo y donde un arado tirado por caballerizas no es aún un anacronismo. Naturalmente había otras consideraciones, como tener buen vino, buenos vecinos y no hallarme a mucha distancia del meridiano de Greenwich.

Pensando en ello, la primera persona que me recomendó Mallorca fue Gertrude Stein. Fui a visitarla a la Alta Saboya tras decir adiós, de forma definitiva, a los blancos acantilados de Dover y, aunque su país parecía rico, acogedor y montañoso, estaba muy alejado del mar y su clima invernal hubiera sido demasiado severo para mi . . .

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Jardín de la casa enmarcado por la divisoria de la Serra de Tramuntana.

Así comienza el libro Por qué vivo en Mallorca, de Robert Graves, el conocido poeta y escritor británico que se afincó en Deiá en 1929 y allí permaneció hasta su muerte en 1985 —salvo un periodo entre el inicio de nuestra Guerra Civil y el final de la II Guerra Mundial—, en el que debido a su nacionalidad británica, las circunstancias le aconsejaron marcharse de la isla y vivir sucesivemente en Inglaterra, Suiza y Francia.

Robert Graves, nacido en 1895, tuvo una vida intensa y apasionada que estuvo marcada por su participación en la I Guerra Mundial, por la muerte de de su hijo David en la II Guerra Mundial y por las tres mujeres a las que amó: Nancy Nicholson, Laura Riding y Beryl Graves, de las que se puede afirmar que fueron su fuente de inspiración, a pesar de lo tormentoso de alguna de sus relaciones. Casado en primeras nupcias con Nancy, tuvo cuatro hijos de ella y, de su segundo matrimonio con Beryl, otros cuatro.  

En 1929 compró el terreno de lo que sería Ca n´Alluny, su casa en Deiá, desde donde a pesar de las dificultades de comunicación de la época, nunca perdió el contacto con los poetas, escritores y editores de Inglaterra y Estados Unidos. Su producción literaria fue prolífica, a pesar de a veces se vió afectada por los altibajos emocionales producto de sus relaciones sentimentales. En nuestro país Graves fue más conocido por sus novelas que por sus poemas y entre ellas, citaría Por qué vivo en Mallorca, Lawrence de Arabia, El Vellocino de Oro, Yo Claudio, El Conde Belisario y Asedio y Caída de Troya.

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Acceso a Ca n´Alluny vivienda del poeta.

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La cocina de la casa es de notable sencillez.

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El discreto encanto de una vivienda que pareció quedar anclada entre los años 40 y 50 del pasado siglo.

La casa de Robert Graves es de piedra, en estilo rústico mallorquín, ubicada en una zona preciosa cerca de Deiá, sobre una ladera con buenas vistas a las cresterías de la Serra de Tramuntana. Aunque no se sea un gran lector o aficionado a la literatura, conocer la intensa vida del escritor y visitar el lugar en el que residió hasta su muerte merece la pena. El poder hacerlo fuera de temporada, como fue mi caso, es un privilegio adicional, pues aparte de disfrutar del lugar casi en solitario, se logran entender mejor los motivos que movieron a Robert Graves para elegir Deiá como residencia permanente en la que fundó su hogar. Hoy día, casi ha desaparecido ese mundo idílico que en un tiempo buscó el escritor para inspirarse y que para su fortuna pudo hallar.

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Mesa de trabajo de Robert Graves tal como le gustaba mantenerla. Sin duda era hombre ordenado.

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Imprenta Crown Albion que Laura Riding importó de Inglaterra para sus trabajos y los de R. Graves editados bajo la marca Seizin Press.

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El sencillo estudio de Beryl, segunda mujer del poeta.

La Fundación Robert Graves preserva lo que fue la casa y el legado del poeta; en su web en español, inglés y mallorquín, se encuentra la información necesaria para organizar su visita, actividad que es muy recomendable combinar con la del propio pueblo de Deiá y sus maravillosos alrededores.  

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Robert Graves gustaba de rodearse de objetos de la época a la que se refería en sus novelas pues tocándolas hallaba inspiración en ellas. En la imagen diversas piezas pertenecientes a la antigua civilización minoica.

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Fotos y recuerdos de la época que Graves vivió en Mallorca.

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En 1960, para la fiesta de cumpleaños de Robert Graves, Camilo José Cela y otros autores del momento le gastaron una broma sacando una «edición especial» del diario de sucesos «El Caso», de cierta popularidad en aquellos tiempos.

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Objetos personales del escritor que como expatriado, sentía una lógica atracción por los artículos de su tierra natal.

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Miembro de Baleares Travel Bloggers.

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«No hay que pintar lo que nosotros creemos que vemos, sino lo que vemos«. Paul Cezánne, pintor posimpresionista.

Habitado desde la Prehistoria, Deià es un precioso pueblo mallorquín conocido por encontrarse en plena Sierra de Tramontana, entorno protegido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y también, por albergar entre sus residentes a un activo grupo de artistas internacionales que aportan un toque bohemio y cultural a su devenir. Ser punto de reunión de intelectuales quizá en parte se deba a Robert Graves, influyente poeta, ensayista y escritor de origen irlandés, que en 1929 fijó su residencia en el pueblo y allí desarrolló una gran parte de su vida y obra. Su figura y sus escritos, han tenido más transcendencia en el mundo literario anglosajón que en el de las letras hispanas, pero no se puede negar que su presencia ayudó a convertir Deiá en pléyade mundial de artistas.

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Jeannine Cook es una pintora consagrada de origen tanzano y nacionalidad británico-norteamericana que vive a caballo entre Georgia (USA) y Palma de Mallorca. Su CV como artista es impresionante y la especialidad que ha escogido es una de las más difíciles del mundo pictórico: el dibujo con stilum o lápices de punta metálica, principalmente de plata, técnica muy antigua que nació en los scriptorium de los monasterios medievales y cuya dificultad radica en que no admite correcciones en los trazos.

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Jeannine es una gran admiradora de la obra de Joan Miró, uno de los grandes pintores, escultores y ceramistas del movimiento surrealista español y, como los artistas son capaces de ver lo que la gente del común no alcanzamos, en sus visitas al Museo de la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma, halló la inspiración para su nueva obra en el veteado de los ventanales translúcidos de alabastro que iluminan algunas de sus salas de exposiciones, así como en los patrones de la superficie de sus suelos de piedra. Con sus propias palabras lo describe de esta forma:

Un aspecto muy especial de este edificio es el alabastro escogido para dar luz a las salas de exposición. Estas “ventanas” viven, son muy diversas y representan un complemento extraordinario a la obra de Miró. Durante una visita, me di cuenta que representan un tema fascinador para dibujos en mi medio favorito, la punta de plata. Gracias a la autorización de la Fundación, venía preparada con un taburete pequeño y materiales para dibujar, me ponía discretamente en un rincón de una sala del Museo, y así me sumergía en las complejidades del alabastro donde la luz reluciente del sol cambia sin parar. A veces, también, cambio de ritmo al dibujar las maravillosas baldosas de piedra en el museo”.

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Recibí una invitación de Jeannine —seguidora de este blog— para asistir a la inauguración de su nueva exposición en la Galería Sa Tafona del famoso Hotel La Residencia de Deià, exquisito lugar que en su decoración cuenta con nada menos que 35 cuadros de Miró y un gran número de esculturas del mismo autor en su jardín, un marco pues de lo más adecuado para estar “Pensando en Miró” lema que precisamente titulaba la exposición.

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Disfruté de la inauguración y de su concurrida asistencia, pero aún más me gustó conocer a Jeannine, mujer encantadora y sensible donde las haya, cuya personalidad trasluce una potente expresividad. Razones más que suficientes para recomendar visitar su exposición a todos aquellos que se interesen por las vanguardias y por la obra de los artistas residentes en Mallorca.

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Exposición Pensando en Miró, de Jeannine Cook

Galería Sa Tafona, Hotel La Residencia, Deià

Hasta el día 12 de Abril de 2017

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«Amo a Mallorca…..por la fruta de mi jardín, el olor de la madera de los olivos, el sol entre las rocas del Teix, el ruido de las ovejas por las noches…..» Robert Graves.

Nunca se me hubiera ocurrido mejor cita para hablar de uno de los espacios urbanos más singulares que he visitado y se trata nada menos que de un cementerio. Si, un camposanto y en Deiá existe uno de los más sencillos y bonitos que me he encontrado.

Creo que, en general, los cementerios españoles tienen poco atractivo, siendo como son el espacio donde moran los restos de aquellas personas que nos antecedieron, de los que con su esfuerzo, supieron dar sentido a nuestra propia existencia. Desconozco la razón, pero casi siempre son lugares lóbregos, abigarrados, de dudosa estética y poco adecuados para cultivar el recogimiento necesario para recordar a nuestros ancestros.

Pero el de Deiá es otra cosa, su Cementerio Municipal, fundado a comienzos del S.XVII es pequeño, recoleto, situado tras la Iglesia de San Juan Bautista, en una zona elevada desde la que se dominan dos escarpadas vaguadas que descienden hasta la mar. Y es también florido, muy florido, además de luminoso por su situación y fresco, merced a la sombra que le proporcionan sus cipreses.

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Se accede al cementerio tras ascender por las reviradas calles del pueblo donde, de trecho, en trecho, podremos ver las diferentes estaciones de un Via Crucis, confeccionadas con azulejos cerámicos esmaltados, con inscripciones en su parte inferior con el nombre de la casa que promueve la estación. También podemos aprovechar el paseo para admirar las características distintivas de la bella arquitectura serrana del pueblo, con edificios construidos mayoritariamente con piedra de marés y cubiertas de teja árabe.

Ayuntamiento

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Casa amarilla

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Can Simo

A pesar de tratarse de un lugar tan íntimo para los deiainencs, el camposanto se puede visitar libremente, por lo que deberemos guardar el debido respeto durante nuestra estancia, comenzando por procurar mantenernos en silencio mientras transitamos entre los mausoleos pertenecientes a las familias del lugar y también a los numerosos residentes extranjeros que allí se afincaron. No hace falta buscar mucho para encontrar algún apellido ilustre grabado en las lápidas como Habsburgo-Lorena o Graves, pues allí yacen los restos del escritor inglés, autor entre otros de la conocida novela Yo Claudio, que fue residente en Deiá durante una gran parte de su vida.

Habsburgo

Allí, al pie de su tumba, en cuya lápida se lee tan solo Robert Graves, poeta, 1.895-1.985, aspirando el aire y cerrando los ojos entenderás muy bien el sentido de la frase que encabeza este post y, al igual que el poeta, amarás a Mallorca.

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Deiá, el precioso pueblo situado en las escarpadas laderas del Norte de la Isla, en el corazón de la Sierra de Tramontana, protegido por el Puig des Teix, de 1.062 m de altura, se encuentra a tan solo 28 Km de Palma de Mallorca por la revirada carretera C-710.

Es un pueblo pequeño, de unos 850 residentes fijos, con bonitas casas de piedra, entre jardines de cítricos, almendros, algarrobos, olivos, cipreses, tejos y viñas, formando un armónico paisaje mediterráneo que enamoró a los numerosos escritores y artistas, que se hallan entre sus habitantes.

Aparte del Cementerio, se puede visitar su pequeño Museo Arqueológico fundado en 1.962 por el arqueólogo estadounidense William Waldren, que contiene una muestra de materiales paleontológicos, con piezas excavadas en Muleta (Sóller) y también, los primeros restos del Myotragus balearicus, una especie de antílope que habitó las Baleares 5.000 años (a.C.).

En la carretera que va de Deià a Sóller se encuentra Ca n’Alluny residencia que fue de Robert Graves desde 1.929 hasta su fallecimiento. Allí escribió su famosas novelas históricas Yo, Claudio y Claudio, el Dios, cuyo protagonista era el Emperador Romano del mismo nombre. En 2.006 la residencia se transformó en la Casa Museo Robert Graves, una visita interesante para aquellos que deseen saber más sobre el personaje.

El término municipal de Deiá, a pesar de su reducida superficie de unos 15,2 Km2, contiene numerosos lugares atractivos para ser conocidos. Entre ellos cito Cala Deiá, antiguo refugio de pescadores, el llogaret de Llucalcari o Es Carrer, otro notable espacio urbano de edificios agrupados en una ladera de 85 m de altura que da directamente al mar y, como no, las antiguas posesiones del Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-Lorena: el Monasterio de Miramar, Son Marroig, S´Estaca, la roca de Na Foradada . . .

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