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A la mar me voy, mis hechos dirán quién soy”, Refrán popular.

De origen humilde, modales toscos, prácticamente analfabeto, medio sordo y poco agraciado físicamente, Antoni Barceló y Pont de la Terra llegó a ser Teniente General de la Real Armada y en el Museo Naval de Madrid se conmemora su figura en la Sala dedicada al siglo XVIII, junto a la de otros grandes marinos españoles de la Ilustración, como Blas de Lezo, Jorge Juan, el Marqués de la Ensenada, Cosme Churruca, Alcalá Galiano o Alejandro Malaspina. Con este artículo, me gustaría honrar su figura tan asombrosa, como poco conocida.

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Don Antonio Barceló y Pont de la Terra, Teniente General de la Real Armada, óleo anónimo, Museo Naval de Madrid.

Nació en la casa familiar del Carrer del Ví (calle del Vino), del Barrio del Puig de Sant Pere de Palma, casi despuntando el alba del 1 de Enero de 1717, siendo bautizado al día siguiente en la Parroquia de la Santa Creu. Su padre Onofre Barceló era ya un veterano patrón mercante de 40 años, que casó en segundas nupcias con Francisca Pont de la Terra cuando ésta tan sólo contaba con sólo quince años —algo corriente en aquella época—; con ella tuvo cinco hijos varones pues, de su anterior esposa Magdalena Capó no tuvo descendientes. Su familia era menesterosa y de lo único que podían presumir —asunto aún importante en su época—, era de ser cristianos viejos sin antecedentes de herejía, condena del Santo Oficio o sospechosos de fe, si bien, tampoco les faltaban recursos gracias al buen oficio marinero de don Onofre.

La vida en Mallorca en el siglo XVIII no era sencilla, pues su economía agrícola —principal fuente de subsistencia— se hallaba al albur de las mejores o peores cosechas según los caprichos meteorológicos. En la costa, los marineros y pescadores tampoco lo tenían fácil, pues el Mediterráneo se hallaba infestado de piratas berberiscos que depredaban buques y costas, saltando a tierra para robar y arrasar lo que podían, pero sobre todo para secuestrar mujeres jóvenes, bien para su venta en los mercados de Oriente como concubinas para los serrallos turcos, bien para cobrar elevados rescates por ellas, lo que les fuera más rentable. El destino de los hombres era más sombrío salvo que el cautivo fuera un personaje con posibles por el que cobrar una buena redención, pues con suerte, sería degollado y sin ella, pasaría el resto de su vida —nunca más de cinco años— encadenado al banco de una galeota sufriendo indecibles calamidades al remo, hasta fenecer de consunción.

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Galeota argelina navegando en empopada presta a atacar a una presa. Óleo de A. Cortellini, Museo Naval de Madrid.

Desde muy temprana edad Antoni Barceló trabajó como grumete en el jabeque de su padre, que tenía la concesión del Correo Real de Palma a Barcelona y con el que, cuando la ocasión lo requería, ejercía el corso enfrentándose a los merodeadores argelinos que, suministrándose bajo mano en la Menorca inglesa o en Gibraltar, depredaban nuestras costas mediterráneas. En el siglo XVIII el Imperio Español se desmoronaba, aunque aún éramos una potencia formidable e Inglaterra, que luchaba por obtener la supremacía naval, empleaba cualquier medio para conseguirlo, saltándose a su conveniencia todos los acuerdos de paz suscritos entre nuestras naciones.

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Captura del navío británico de tres puentes Stanhope por la fragata de don Blas de Lezo, que en el cuadro ha desarbolado los masteleros de trinquete del enemigo y se prepara para dar una pasada por popa al inglés, con el fin de descargar el fuego de su batería de estribor sobre la parte menos protegida del barco enemigo. Museo Naval, óleo sobre lienzo de Ángel Cortellini.

Debo aclarar en este punto que no es lo mismo un corsario que un pirata, los primeros eran armadores de mercantes artillados que recibían armamento, tropas y bastimentos para ejercer misiones temporales al servicio de la Corona bajo una Patente de Corso emitida por S.M. el Rey. La patente de corso pagaba el armamento, la soldada de la infantería embarcada y una pequeña renta al armador que, a su vez, redondeaba sus ingresos con las presas enemigas que conseguía. En cuanto a los piratas o Hermanos de la Costa, se trataba de simples bandoleros oportunistas que buscaban apoderarse de cualquier embarcación, de su contenido o de sus tripulantes, siempre que de ellos pudieran obtener un rendimiento económico por el pago de sus rescates.

Con sólo 18 años Barceló ya era el Patrón del jabeque correo de Barcelona heredado de su padre. El Gobierno local le encargó ejercer de correo con la Península cada quince días, así como ser el navío que realizara el relevo de las guarniciones militares de las Baleares, manteniéndose disponible para lo que se le ordenara, fijándosele a cambio una contraprestación de 100 pesos de plata pagaderos por la Real Tesorería de Mallorca. Pronto comenzó a distinguirse de manera sobresaliente por sus capacidades navales. El 15 de Julio de 1753 llegó a Palma en una lancha de remos la tripulación y el patrón de un jabeque mercante desarmado que transportaba una carga de hierro y que había sido atacado por dos bajeles argelinos a tres leguas de Palma. Las autoridades dieron la orden de salida inmediata de los patrones Barceló y Capó con sus respectivos jabeques, cada uno con 83 marineros y 33 granaderos con sus Oficiales del Regimiento de Palma, concediendo el mando de ambos barcos al joven, pero ya experto Patrón Barceló. Avistados los piratas, se les dio caza y se entabló el combate hasta llegar al abordaje, con el resultado de la captura del arráez o capitán argelino, de los tripulantes berberiscos que sobrevivieron a la lucha y de sus embarcaciones.

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El jabeque del Capitán Barceló ataca a dos jabeques berberiscos, óleo de A. Cortellini (vista parcial) Museo Naval de Madrid.

La brillante acción supuso la promoción de Barceló a Teniente de Navío Graduado, es decir, con los honores del Empleo Militar, pero sin sueldo de la Armada. La recompensa que obtuvo de las presas argelinas permitió a Barceló vender su jabeque por 4.400 pesos y comprar otro mayor, con una tripulación de ochenta marineros y veinticinco granaderos embarcados con su Oficial. Siguió desempeñando su labor de correo, combinada con otras muchas operaciones que se le encomendaban y pronto su valentía multiplicó sus victorias.

En Junio de 1736, Barceló arribó a Palma transportando la usual carga de mercancías y 128 pasajeros, llevando a remolque una galeota argelina. Resultó que a la altura de la desembocadura del Llobregat fue atacado por dos naves enemigas a las que hizo frente, logrando con su defensa hacer huir a una de las embarcaciones, para después enfrentarse a la otra con su artillería, fusilería y frascos de fuego. El combate fue largo y encarnizado, pues las galeotas eran propiedad nada menos que del Dey de Argel; al final fueron muertos 57 piratas, de los que 24 eran turcos (conocidos por su ferocidad); se hicieron 18 prisioneros, de los que sólo cinco quedaron ilesos, que pasarían a cumplir pena de trabajos forzados en las Maestranzas Navales. Por la parte española sólo hubo seis heridos, uno de ellos don Juan Nicolau, Segundo de Barceló, Oficial que encabezó el piquete de abordaje. En este combate destacó una mujer heroica, pasajera en el jabeque de Barceló que, en lugar de refugiarse bajo la cubierta, se expuso valientemente llevando a los combatientes pólvora, munición y frascos de fuego, arriesgando su vida bajo las descargas enemigas. De ella no se conoce su nombre, tan sólo se sabe que era hija de un boticario llamado Oliver y que estaba casada con un tal Juan de la Sal. También es hecho reseñable que tras el combate, Barceló decidiera regresar a Barcelona en lugar de proseguir hacia Palma, para que se atendiera a los heridos, lo que habla de su gran humanidad.

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Combate entre un galeón español y dos galeras turcas, óleo de Juan de la Corte, Museo Naval de Madrid.

Aquella nueva victoria le valió el empleo de Teniente de Navío en propiedad, ingresando de esta forma en el Cuerpo de Oficiales de la Real Armada, con derecho a sueldo y al uso del uniforme militar, gran honor para un hombre iletrado y de baja cuna, en un tiempo en el que para ser Oficial Naval, aparte de arrojo y sólida formación científica, se requería ser de familia noble.

En 1737 Barceló se casó con Francesca Bonaventura Jaume, de quien tuvo seis descendientes de los que Antoni el primogénito, seguiría los pasos de su padre llegando a Brigadier; Joan y Onofre, fueron canónigos; Francisca y Antonia, profesaron como monjas en el Convento de las Madres Agustinas del Amparo de Palma; y la menor fue Catalina, de la que no he conseguido información sobre su vida.

No todas las órdenes que recibía Barceló eran de su agrado, pues aún a su seguro pesar, por requerimiento de las autoridades Palmesanas hubo de ser parte en el trágico caso de los Romeo y Julieta Mallorquines, tan magníficamente relatado en el capítulo titulado Els Olors, un amor imposible del programa de IB3 TV Un lloc amb Història, cuyos protagonistas fueron doña Isabel Fonts dels Olors i Penyafort, hija de los propietarios de la possessió de igual nombre y don Manuel Bustillos, Capitán del Regimiento de Dragones de Orán y hombre casado. La pareja se enamoró perdidamente y fueron piedra de escándalo en la Mallorca dieciochesca. Los padres de doña Isabel hicieron lo que en aquellos tiempos se estilaba: forzar el ingreso de su hija en un Convento de Clausura y el intrépido Capitán, tomó un imprudente camino propio de novelas de capa y espada: con la ayuda de personas afectas, organizó la fuga de su amada del Convento de la Misericordia de Palma, de noche, vestida de hombre y descolgándose por una cuerda, para después huir al puerto y embarcarse al amanecer en el ganguil francés Sainte Marie de la Garde, que previamente había apalabrado.

Descubierta la fuga y ante tan inmoral comportamiento, la reacción de las autoridades fue presta y ordenaron a Barceló la captura de los fugitivos, logrando detenerlos a treinta millas al SE de Cartagena, apenas rozando el éxito en su aventura. Trájolos de vuelta a Palma para que enfrentaran su trágico destino: el Capitán Bustillos fue sometido a Consejo de Guerra sumarísimo y condenado a muerte por decapitación; la suerte de la infortunada Isabel no fue mejor, pues quedó confinada de por vida en la clausura de su convento en régimen de aislamiento absoluto en su celda, pudiendo ser sólo visitada por sus padres, sin que se le permitiera hablar o tratar con nadie más. Por si fuera poca la pena impuesta, también fue sometida al terrible castigo de pasar dos días a la semana a pan, agua y disciplinas (latigazos); aún así, doña Isabel sobrevivió cuarenta años a su amado Capitán, hasta que un 4 de Mayo, día en el que se cumplía el aniversario de la muerte de su amado, presa de melancolía y de desesperación se suicidó ahorcándose en su celda. Terrible final para tan romántica historia de amor.

Barceló, que como todo buen marino era un hombre religioso, también debió de cumplir con otras órdenes especialmente penosas para su espíritu, como fue la de transportar hasta Bonifacio (Córcega) a los Jesuitas expulsados de España por órdenes de S.M. el Rey Carlos-III, debido a su implicación en el Motín de Esquilache.

En 1748 se desató una terrible hambruna en Palma y en el resto de Mallorca, varios años de sequías y malas cosechas habían causado que la población no tuviera con qué alimentarse, motivo por el que las Autoridades racionaron el poco trigo disponible, lo que provocó una gran mortandad entre las personas débiles o enfermas y, a la vez, robos violentos y motines del pueblo hambriento. Ante la desesperada situación, don Juan de Castro, a la sazón Capitán General de Baleares, ordenó a Barceló su rauda partida a Barcelona con el fin de cargar todos los bastimentos de boca que pudiera conseguir. Barceló cumplió su misión en un tiempo récord, regresando con su jabeque cargado a su máxima capacidad, de tal modo que ni siquiera embarcó agua para el regreso, con el fin de que sus hombres efectuaran la travesía con la mayor celeridad y así poder transportar el máximo de alimentos. Puede imaginarse el contento de los habitantes de Palma y del resto de la isla, cuando gracias a este viaje de Barceló se alivió la hambruna y se levantó el racionamiento, lo que le convirtió en todo un ídolo de los mallorquines, que en parte ya lo era.

Su actividad naval continuó incansable, lo mismo que sus victorias y ascensos en el escalafón de la Armada Real, hasta el punto de ser llamado a la Corte de Madrid, para recibir a título personal la felicitación de S.M. el Rey Carlos-III y una condecoración. Al mando ya de una flotilla de jabeques, participó en numerosas operaciones: el bloqueo de Gibraltar, los ataques y toma de Orán (Argelia), sus acciones de castigo contra las flotas berberiscas . . . algo que hacía con entusiasmo cuando otros en sus circunstancias y edad, se hubieran ya retirado para disfrutar de la fortuna alcanzada con sus presas.

Pero Barceló era un extraordinario personaje, su capacidad táctica era sobresaliente y logró convencer al Rey de que el jabeque era una embarcación ideal para las operaciones navales en el Mediterráneo, por lo que ordenó la construcción de cien unidades, de las que cincuenta de ellas logró Barceló que se adjudicaran a los astilleros de Palma, participando en su diseño. Cuando por la escasez del Tesoro los fondos se agotaron y se detuvo la construcción de jabeques, Barceló aportó 2.000 pesos de oro de su propio bolsillo para que los carpinteros de ribera mantuvieran su trabajo y así terminarlos.

A pesar de la gran valía del ya Capitán de Navío Barceló, debido a sus rudas formas de marinero y a su escasa instrucción científica, sufría el trato displicente de sus pares de origen noble, dónde además seguro que habría cierta dosis de envidia por sus logros en combate y por los honores reales que recibía pese a su origen plebeyo. Por contra, sus tripulaciones y conciudadanos lo adoraban.

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Sextante español del siglo XVIII.

Su gran ingenio y capacidad táctica le llevó a idear una nueva y poderosa arma naval con la que suplió la inferioridad artillera de la Real Armada: la lancha cañonera de remos y vela que, cuando la propuso, fue tachada de inviable por sus compañeros de armas. Las lanchas artillaban una pieza de a 24 libras y todos creyeron —menos Barceló—, que el elevado peso y el retroceso del potente cañón provocaría su hundimiento. No arredrándose ante ello, otra vez pagó de su bolsa las dos primeras lanchas como prueba. Téngase en cuenta que en el siglo XVIII, los pesados cañones de a 24 libras sólo se montaban en grandes navíos de línea de tres o más puentes. La primera vez que los oficiales de la Royal Navy vieron esas lanchas también tuvieron un ataque de risa, risa que se transformó en mueca de espanto —según reconoció el propio Capitán de Navío Sayer—, cuando comprobaron en carne propia su terrible efectividad. Las lanchas eran pequeñas, maniobreras y muy veloces, atacaban de noche buscando las popas de las fragatas inglesas (menos protegidas que los costados), de tal forma que al recibir un cañonazo, la bala barría sus cubiertas de popa a proa, causando grandes destrozos. Tras el disparo de su única pieza, las cañoneras cambiaban de posición para recargar, lo que les permitía eludir el fuego de contrabatería del inglés, que disparaba a ciegas hacia donde había visto los destellos de los cañonazos, incapaces de acertar, de noche y entre el oleaje, a un blanco tan móvil y diminuto.

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Lancha cañonera de Barceló, en la que no se representa su verga, ni su vela. Museo Naval de Madrid.

Siguió Barceló patrullando nuestros mares en continua lucha, ora contra el inglés, ora contra los temibles berberiscos, alcanzando en 1762 otro sonado éxito, logrado a costa  de recibir una herida que pudo causarle la muerte. En dura batalla contra tres jabeques argelinos, a los que derrotó e hizo 160 prisioneros, entre otros a su tristemente célebre Capitán Selim; Barceló, siempre dirigiendo el combate desde los puestos de mayor riesgo y fatiga, tal como establecen las Ordenanzas, recibió un disparo de mosquete desde una cofa, que le atravesó la cara por dos lugares deformándosela y cuya bala se alojó en su espalda; por escasos centímetros el proyectil no interesó órgano vital alguno, pero Barceló quedó muy malherido y aún así, no permitió que se le retirara del combate hasta que terminara.

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El Capitán Barceló dirige la acción blandiendo el sable y tocado con su bicornio naval desde su Puesto de Mando en el alcázar de su jabeque. Óleo de A. Cortellini (fragmento), Museo Naval de Madrid.

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Piratas berberiscos hacen fuego desde la toldilla de su jabeque. Museo Naval de Madrid, pintura al óleo de A. Cortellini (fragmento).

Recuperado de su grave herida, prosiguió incansable su actividad, recibiendo en Enero de 1775 el ascenso a Brigadier (Contralmirante hoy en día), aunque su subida al rango de los Oficiales Generales de la Armada comenzó a acarrearle problemas de índole político. Aún así, recibió el mando de varias escuadras, participando en el socorro a la ciudad de Melilla y en las infructuosas intentonas de asalto a Argel, donde se le entregó el mando de las operaciones navales, pero no de las terrestres, para las que fue designado el mediocre General O´Reilly, intervención que se saldó con un gran fracaso y numerosas bajas propias en el primer ataque; en el segundo, retirado ya O´Reilly del mando y tras ardua lucha, gracias a Barceló, se logró forzar un acuerdo de paz con Argel y Túnez, que fue de corta vida.

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Todas la guerras son terribles y en este fragmento del óleo de Antonio de Brugada que representa el combate del Cabo de San Vicente entre las escuadras española e inglesa, se aprecia en toda su crudeza la lucha entre los tripulantes de dos lanchas de recogida de naúfragos, que se acometen y acuchillan con pistolas, chuzos, hachas de abordaje, remos y todo objeto contundente que hallan a mano. Museo Naval de Madrid.

Por sus acciones tras los bloqueos a Gibraltar, S.M. el Rey Carlos-III le concedió la efectividad, sueldo y honores del Grado de Teniente General de la Real Armada (Almirante) que ya ostentaba y, además, lo condecoró con la Orden de Carlos-III, la distinción militar más elevada de la época, a muy pocos otorgada. Para aquel entonces, Barceló contaba ya con 73 años de edad. De aquellos tiempos son unas típicas coplillas gaditanas que hablan de su popularidad y que rezaban así:

Si el Rey de España tuviera / cuatro como Barceló / Gibraltar sería español / que de los ingleses no.

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Lanchas cañoneras de la Armada participan en el bloqueo y bombardeo de Gibraltar. Museo Naval de Madrid.

A pesar de su avanzada edad, Barceló recibió el mando de una escuadra con instrucciones de lograr el levantamiento del cerco de Ceuta por parte de los Marroquíes, también se le ordenó el bombardeo de Tánger como represalia. A su llegada, las operaciones militares habían concluido y se anunció la llegada a Madrid de unos enviados del Sultán con el deseo de negociar la paz. Receloso Barceló de las intenciones de los musulmanes, a los que tan bien conocía, decidió quedarse en Ceuta revisando y reforzando sus defensas por si el acuerdo de paz no se formalizaba, cumpliéndose al poco su premonición.

La guerra volvió a declararse y a causa de las intrigas políticas, no recibió Barceló el mando de la Escuadra y éste, molesto por la injusta discriminación que una vez más se le hacía, se quejó ante el Rey, que ordenó que se le retornara el mando. Aquel invierno fue muy duro, con continuos temporales de Levante que obligaron a la escuadra a mantenerse en sus puertos y aparte de ello, el Sultán de Marruecos murió en lucha fraticida contra su hermano. La falta de operaciones motivó la disolución de la escuadra, pero como el problema con Marruecos seguía sin ser resuelto, al poco volvería la guerra y otra vez más, las intrigas en el seno de la Real Armada apartarían a Barceló de su más que ganado derecho a mandar la Escuadra del Estrecho. Esta vez Barceló, profundamente dolorido por esta última injusticia, decidió retirarse a su querida Palma donde, tras una vida plena en el servicio a España, rindió su alma al Señor el 30 de Enero de 1797, a la edad de 80 años.

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Combate del navío Glorioso contra el navío inglés Dartmouth, óleo de A. Cortellini, Museo Naval de Madrid.

En cumplimiento de su última voluntad y acompañado por el duelo de sus conciudadanos, Antonio Barceló fue enterrado en la Capilla de San Antonio de la Iglesia de la Santa Creu, la del antiguo barrio marinero de Palma, donde aún descansa. En su lápida se lee:

Teniente General y heroico marino. Hijo el más ilustre de Mallorca en su siglo. Luchó tenaz y victoriosamente contra los piratas africanos y demás enemigos de España. Respetado por todos, dominó con su pericia y hazañas nuestro mar. Piadoso feligrés y espléndido protector de esta parroquia, costeó el retablo del Altar Mayor y el de esta capilla donde yace sepultado.

No fue hasta el año 1971 en que el pueblo de Palma decidió ¡al fin! conmemorar al valiente Barceló con una media estatua de bronce sobre una peana de piedra, con la inscripción: Al Patrón don Antonio Barceló, Teniente General de la Real Armada, 1717-1797. El monumento se encuentra hoy en el Paseo Marítimo, frente a la entrada al Club de Mar, aunque inicialmente estuvo ubicado en el Muelle de Poniente.

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Monumento a Antonio Barceló, frente a la entrada del Club de Mar de Palma. Fuente: Wikimedia Commons.

Cuántos en nuestra Historia han sido como Barceló, que tras haberlo dado todo por su patria, se han visto relegados al olvido. Por ello, os pido que cuando paséis por el Club de Mar, miréis con agradecimiento a la efigie de este ilustre hijo de Palma, pensando que Mallorca existe como es hoy gracias a hombres generosos y nobles de corazón como nuestro Capitá Toni. El próximo 1 de Enero de 2017 se cumplirá el tricentenario de su nacimiento y, estoy tristemente convencido de que, con la salvedad de nuestra Armada, pocos homenajes recibirá y una vez más, los politiqueos y nuestra ingrata memoria, harán que el aniversario pase casi desapercibido.

Actualización de Septiembre de 2017: El 18 de este mes se inauguró una exposición en la Iglesia de la Santa Creu de Palma como homenaje a la figura del Capitá Toni, miembro de la Parroquia desde su bautismo hasta su muerte, pues está enterrado bajo el altar de la Capilla del Sagrado Corazón y San Antoni Abad de dicha Iglesia. La exposición recoge algunos efectos personales donados por los descendientes de don Antonio Barceló y glosa en paneles parte de su vida como parroquiano y benefactor de la Iglesia del barrio en el que nació. Esta exposición estará abierta hasta el 30 de Septiembre. En el mes de Octubre de 2017, el Museo de Mallorca abrirá otra exposición temporal dedicada a tan insigne mallorquín.

Galería de imágenes (pulsad sobre cualquier foto para ver la serie):

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Si alguno deseara profundizar en el personaje, le recomiendo leer el libro Antonio Barceló, mucho más que un gran corsario, del Historiador Naval don Agustín Rodríguez González, Editorial Edaf, ISBN: 978-84-414-3701-2, ganador del XIV Premio Algaba (2016).

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Créditos: Fotografías tomadas por el autor en el Museo Naval de Madrid, salvo especificación en contrario; artículo del autor con Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-CompartirIgual 4.0 Internacional, libre copia y circulación citando autoría, sin modificación de textos o imágenes, para usos no comerciales.

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Esfinge: Monstruo fabuloso, generalmente con cabeza, cuello y pecho humanos, cuerpo y pies de león. Del diccionario de la R.A.E.

En compañía de un buen amigo nos acercamos a Artà, ese precioso pueblo del Levante Mallorquín que según los palmesanos, se encuentra próximo al más allá. Elegimos mal día, era domingo y menos el mercadillo callejero alrededor de la Plaza del Agua, todo estaba cerrado. Planeábamos visitar el Museo Regional y la zona arqueológica de Ses Païsses de Artà, debimos consultar la web antes de salir, pero sólo lo hicimos in situ para descubrir que los días de cierre semanales son los domingos y los lunes ¡qué mala suerte!

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El domingo es día de mercadillo callejero en Artá

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Un viejo rickshaw anuncia un restaurante local

Llegando al pueblo encontramos varios grupos de cicloturistas nórdicos que, con su deportiva afición y sostenible forma de moverse, ayudan a que la famosa desestacionalización turística cada día sea más estrecha.

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Los grupos de cicloturistas nórdicos que recorren el Llevant mallorquín tienen en Artá una de sus paradas de revituallamiento

Decidimos recorrer el casco urbano —no había otra opción—. A pesar de ser muy antiguo, tiene una traza bastante regular, casi ortogonal. Enseguida notamos que su su carácter tradicional, así como el de muchos de sus edificios se encuentra bien preservado, debido sin duda a su lejanía de otros centros mallorquines de turismo al por mayor.

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Bonita ventana de traza renacentista, con elaborada labra en sus jambas, dintel y vierteaguas

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La sencillez de una ventana tradicional también posee su punto de belleza. Me gusta el juego de luces y sombras que la luz rasante de primera hora produce en el muro

Sobre un mogote de 182 m de altura y dominando el pueblo, se encuentra la Almudaina o Castillo de Artá, antaño alcazaba musulmana, tomada sin gran resistencia enemiga por las tropas aragonesas del Rey Jaime-I El Conquistador, allá por 1230.

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La alcazaba, almudaina o Castillo de Artá se alza imponente con sus muros de cal y canto de un metro de espesor

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Bonita escalera de subida al Santuario de la Virgen de Sant Salvador, Patrona de Artá situada en el interior del Castillo. Como puede apreciarse en primer término a la derecha, se encuentra flanqueada por las estaciones de un Vía Crucis

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Puerta principal del castillo, muy transformada con respecto a lo que era su configuración original

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Murallas del Castillo vistas desde su interior

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Desde los adarves de la antigua fortaleza se contemplan bonitos panoramas del Llevant mallorquín. Al fondo de esta imagen, tras la torre, se puede ver el mar que baña la ensenada de Capdepera

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El interior del Castillo contiene el Santuario de Sant Salvador y conforma un espacio de espiritualidad tranquilo y agradable

El recinto amurallado tiene una extensión de unos 2.500 m2 y en su interior hubo una mezquita. Tras la conquista fue transformada en iglesia, siguiendo la habitual costumbre en la Edad Media, práctica que los musulmanes también realizaron, al erigir sus lugares de culto donde antes se hallaban templos romanos o iglesias visigodas. La Iglesia hoy día se llama de Sant Salvador y en su interior se custodia la talla románica del siglo XII de la Virgen de Sant Salvador, Patrona de Artá.

Durante los siglos XVI a XVIII la fortaleza continuó empleándose como defensa contra los piratas de Berbería, hasta que los jabeques armados de Antonio Barceló, gran marino mallorquín al servicio de la Real Armada, terminaron de forma definitiva con sus despiadados ataques.

La iglesia original databa pues del siglo XIII, pero en la década de 1820 se empleó como hospital para los afectados por la epidemia de peste bubónica que asoló el pueblo. Tras remitir, los artanencs decidieron quemarla para evitar la repetición de la plaga y a continuación erigieron otra, la que hoy contiene el Santuario de la Virgen.

Muy cerca de la anterior se encuentra la Iglesia Parroquial o de la Transfiguración del Señor, también del siglo XIII en origen, pero del siglo XVI y estilo neogótico la actual, debido a que su momento hubo de ser ampliada por haberse quedado pequeña la primera.

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Iglesia Parroquial de Artá, también llamada de la Transfiguración del Señor

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Portada principal de la Iglesia de la Transfiguración del Señor, de estilo neogótico

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Trasera de la Iglesia mostrando el campanario y la casa parroquial de características arquitectónicas netamente mallorquinas

En la parte trasera de su lateral sur, al otro lado de la calle, se encuentra una casa baja en un recinto cerrado por un muro de contención que llamó nuestra atención, porque en la parte superior del cerramiento de su jardín presenta unos inusuales remates antropomórficos de jardineras de cerámica, con verodes plantados en cada una.

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Balcón de la «Casa de las Esfinges»

Las jardineras tienen forma de cabeza y enseguida me recordaron a aquellas antiguas huchas del Domund que tiempo ha se estilaban, representando la cabeza de negritos, de chinitos o de indios y que hoy, serían algo más que políticamente incorrectas. Las de este jardín son de claro estilo orientalista, de las denominadas a la turca que se pusieron de moda a finales del siglo XIX. Estas testas cerámicas nos miran hieráticas como esfinges a través de sus ojos vidriados y no diría yo que, si caminando de noche te encontraras de manera inopinada frente a una, no te llevaras un buen susto.

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Jardinera de cerámica decimonónica, con cara de esfinge y ojos casi de Heidi

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Bigotazo «a la turca»

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En las huchas del Domund nunca faltaba la cabeza del negrito. En este caso luce un curioso mostacho a la turca y labios pintados en amarillo a juego con su tocado

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Un verode da el toque vegetal al sofisticado aderezo capilar de esta otra esfinge

No logré averiguar más sobre la casa, ni tampoco sobre los remates de su muro. Por fuera su aspecto es el un antiguo edificio residencial del pueblo, pero si alguno de mis amables lectores conociera más sobre la razón de tan singular decoración, me gustaría que lo compartiera con todos nosotros a través de los comentarios de esta entrada.

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Créditos: Fotografías y artículo del autor con Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional, libre copia y circulación citando autoría, sin modificación de textos o imágenes, para usos no comerciales.

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