«El mar lo devuelve todo después de un tiempo, especialmente los recuerdos«. Carlos Ruíz Zafón.

Llamada por los pescadores Foradada sa bona, por ofrecer un buen refugio contra los temporales de Este y Noreste —no contra los de Tramontana—, se cuenta que en uno de sus paseos, el Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-Lorena, se encontró con un payés que empezó a mirarlo de forma penetrante, tanto que le preguntó la razón de su interés, contestándole el aludido que deseaba saber si él era la persona que había pagado una suma escandalosa por la adquisición de Son Marroig, a lo que el Archiduque repuso que no era cierto, que se la habían regalado, pues sólo Na Foradada valía más que todo lo que había pagado. Por ello, no era extraño ver al yate Nixe del Archiduque anclado al abrigo de la roca.

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Son Marroig era para el Archiduque “la casa mejor situada de Mallorca”, aunque la cedió como residencia al que fuera su secretario personal Antonio Vives Colom y a su esposa, la veneciana María Fole, con la que se casó tras conocerla en un viaje acompañando al Archiduque.

La casa, situada a unos 250 m de altura sobre el nivel del mar, es una típica construcción señorial mallorquina del siglo XVI y fue edificada alrededor de una torre defensiva de sólida piedra de marés, de origen tal vez anterior. En ella que se aprecian una galería cubierta, dos balcones amatacanados y una ventana de trazas renacentistas. La entrada principal se orienta al Este, hacia la Sierra de Tramontana y su fachada trasera, que mira al Oeste, forma un impresionante balcón sobre el Mediterráneo desde el que se contemplan a diario las espectaculares puestas de sol mallorquinas.

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Los  interiores son amplios y frescos, se puede visitar un dormitorio y dos grandes estancias en los que se exponen recuerdos y curiosidades del tiempo del Archiduque: pequeñas figuras fenicias, cerámica árabe, monografías y libros manuscritos por el propio Archiduque, así como otros muchos objetos. Un tercer salón se dedica a la música “una de las más hermosas salas de conciertos del mundo”, dicen, pero este auténtico mirador sobre el mar, solo puede visitarse asistiendo a los llamados Conciertos del Atardecer que se celebran con ocasión del Festival de Música de Deiá, que suelen ser interpretados por artistas jóvenes de todos los rincones del mundo.

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La casa es aún residencia de los descendientes del Sr. Vives, por ello, solo se visita una parte. Dentro de ella, su sencillo jardín mediterráneo merece un paseo, pues recordará de manera vívida a los cuadros que pintaba Santiago Russiñol. Curioso es también ver el muy fotografiado templete de alabastro que el Archiduque hizo construir en uno de los laterales de la fachada Oeste, donde se dice que se sentaba a contemplar las puestas de sol. Su traza neoclásica, sobre columnas jónicas, recuerda el estilo de muchos monumentos masones, aunque no tengo razón alguna para afirmar que el Archiduque perteneciera a dicha sociedad hermética.

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No se entendería visitar Son Marroig sin acercarse a la roca de Na Foradada, pidiendo antes permiso, pues se debe atravesar una finca privada y así se advierte a la entrada la propiedad. El paseo se inicia saltando la valla por una escalera dispuesta al efecto. Se comienza el descenso por una pista amplia entre campos de oliveras, viñas y algarrobos que pronto terminan convirtiéndose en paisaje rocoso de monte bajo, con manchas de pino mediterráneo. Unos treinta minutos después —depende de nuestro ritmo de marcha—, estaremos ya cerca de la roca, que para entonces se habrá convertido en una masa enorme que habrá perdido su característica forma de gran pez globo varado en la costa.

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La altura del promontorio es de 84 m sobre el nivel del mar y su óculo mide 16 m de diámetro, la costa en la zona es acantilada, compuesta por enormes bloques de derrubio que llegan al mar. Me sorprendió encontrar, sobre una elevación con vista directa de Sa Foradada, un rústico restaurante, que funciona en temporada veraniega para los afortunados que se acercan en barco o, para los atrevidos que lo hacen a pié. Según me contaron los lugareños, preparan buenas paellas que, degustadas en su terraza y ante un panorama tan magnífico, deben de saber a gloria.

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Para los caminantes ahora toca subir a Son Marroig y creedme, se trata de una labor ardua, sobre todo con una paella entre pecho y espalda. No lo hagáis en plena canícula y siempre llevad calzado para andar, ropa cómoda, gorra, protección solar, abundante agua y buen ánimo. ¡Ah! recordad también el dicho montañero: sube como un viejo, para llegar como un joven; aparte de ello, disfrutad de la belleza del camino y de las curiosas formaciones rocosas de color ocre que podréis contemplar.

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Con esta entrada cierro las dos que decidí escribir como conmemoración del Centenario del fallecimiento  del Archiduque cuyos actos, como sabréis, se celebran en el presente año. La anterior trató sobre otra de las maravillosas posesiones del archiduque y la titulé: Ramón Llul, el Archiduque y el Monasterio de Miramar.

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